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La Archicofradía propone a sus Guardias de Honor como modelo de su piadosa función esta primera y heroica Guardia de Honor: María, Juan, Magdalena, que siguió valerosamente a Jesús al calvario, le consoló en el supremo abandono y testigo de la abertura misteriosa de su Sagrado Corazón, le ofrecieron las primicias del culto de amor y reparación que los Guardias de Honor secundan hoy con tanto celo.
Una gracia incomparable recompensó la fidelidad de los Guardias de Honor del Calvario: María, Juan y Magdalena fueron llamados a recoger la efusión suprema de la Sangre y Agua que brotó del Corazón traspasado del Salvador, ofreciéndola a Dios Padre, inauguraron por esta preciosa ofrenda una especie de participación del sacerdocio de Cristo que los Guardias de Honor reivindican hoy como porción escogida de su herencia.
¡Los crímenes aumentan, la iniquidad abunda, y la justicia divina parece pronta a descargar!... Pero si la adorable víctima del Calvario ha encontrado hasta la muerte el secreto de defender nuestra causa ante su Padre, por la Herida y la Sangre de su Corazón, ¿no es cierto que en esa divina Llaga siempre abierta queda una virtud de reconciliación infinita? Y ¿cómo no abrigar la esperanza de que conmovidas las naciones con la vista de ese Corazón herido, que la llama y las espera siempre, vengan, por fin arrepentidas a arrojarse a los pies del Divino Crucificado, según estas palabras del Profeta: "Verán a Aquel que han herido y llorarán como llora una madre a su hijo único?".
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Ciertamente que será así, sobre todo los millares de Guardias de Honor que cubren el mundo comprenden su tierna misión e interponen, a toda hora, entre los crímenes de los hombres y la justicia de Dios, la preciosísima Sangre y el Agua salidas de la Herida del Corazón de Jesús, ofreciendo a la Majestad infinita esta oblación pura, como una súplica continua y una reparación permanente.
Durante la Hora de Guardia cada Asociado está particularmente encargado de ofrecer este cáliz de bendición al Padre Eterno. Puede hacerlo de una manera mental y desapercibida, al ir y venir, trabajar o sufrir, conversar incluso; un solo impulso del corazón basta.
¿Quién podrá decir la gloria procurada a Dios por tales almas, la eficacia de sus súplicas, la perfección interior a la cual se elevan y los consuelos que prodigan al Divino Corazón?